Ahora imagínate esta escena: un salón amplio con un sofá, y de repente, dos huskies con toda su energía y personalidad entran y se topan con un mar de 1000 pelotas de tenis.
Los huskies, con esas caras de traviesos y esas colas esponjosas moviéndose sin parar, se quedan congelados por un segundo, pero solo por un segundo, porque apenas lo procesan, la fiesta comienza.
El primero salta directamente al centro de la montaña de pelotas, y las pelotas vuelan por todos lados como si fueran cohetes. El otro husky, sin quedarse atrás, empieza a correr en círculos como si estuviera en una pista de carreras, empujando pelotas con el hocico, las patas, y a veces incluso con el trasero. En cuestión de segundos, las pelotas están por todos lados: rodando bajo el sofá, chocando contra las paredes, y volando al ritmo de los huskies desatados.
Uno de los huskies se sube al sofá, se para en el respaldo como si fuera un rey, y desde allí se lanza de panza hacia las pelotas, creando una especie de tsunami de tenis. El otro, al verlo, se le une con un salto acrobático, estilo parkour canino, y juntos hacen un desastre digno de un show de circo. Los dos se empujan, se persiguen, y a veces parece que están compitiendo para ver quién puede hacer rebotar más pelotas en menos tiempo.
Después de un rato, los huskies empiezan a usar el sofá como su base de operaciones. Suben, bajan, se tiran y vuelven a saltar, y cada vez que se cansan un poco, se sientan en el sofá como diciendo “¡qué gran vista!”, solo para volver a lanzarse al caos. Pelotas y huskies vuelan, los cojines están fuera de lugar, y el ruido de las pelotas rebotando llena la habitación como una orquesta descontrolada.